Por encima de la conciencia está la libertad

Esta sería la conclusión más importante a la que llegamos ayer, jueves, en la sesión del Club de Lectura dedicada al libro de relatos A sangre y fuego de Manuel Chaves Nogales, pues fue precisamente la defensa de su libertad intelectual la que le llevó a abandonar el país y a escribir sobre los excesos de unos y otros, durante la Guerra Civil Española: “Me fui cuando tuve la íntima convicción de que todo estaba perdido y ya no había nada que salvar, cuando el terror no me dejaba vivir y la sangre derramada me ahogaba. ¡Cuidado! En mi deserción pesaba tanto la sangre derramada por las cuadrillas de asesinos que ejercían el terror rojo en Madrid como la que vertían los aviones de Franco asesinando mujeres y niños inocentes”.

La sesión comenzó con la presentación del autor, que nace en Sevilla en 1897. Su padre, también periodista, le inicia desde muy joven en el oficio. Es redactor en Madrid de los periódicos Heraldo de Madrid, Ahora y Estampa. Consigue el premio Mariano de Cavia en 1927 por un reportaje sobre la primera mujer que cruzó en solitario el Atlántico en avión. El ejercicio del periodismo le permite conocer el territorio español y distintos países europeos, como Francia, Alemania, Italia y Rusia. Apoya a la Segunda República en lo que tiene de intento modernizador de la España rural y atrasada; pero se exilia a Francia, a los pocos meses de iniciada la Guerra Civil, porque es cesado como director del periódico Ahora y porque está convencido de que ya no puede hacer nada por su país. En Francia escribe para diarios como L´Europe Nouvelle, Candide, France Soir; inicia la colaboración con periódicos latinoamericanos; y realiza emisiones de radio para España y América Latina, que refuerza más tarde colaborando con la BBC en el exilio en Londres. En esta ciudad falleció, a causa de un cáncer de estómago, en 1944.

Entre sus libros, además de A sangre y fuego, destacan:

  • Juan Belmonte, matador de toros; su vida y sus hazañas, que Chaves Nogales escribió no por su afición al toreo sino por la calidad humana e intelectual de Juan Belmonte, así como por su talante conciliador.
  • La agonía de Francia, donde trata de explicar las razones que llevaron a este país a sucumbir ante el fascismo y firmar un armisticio con Alemania en junio de 1940.
  • ¿Qué pasa en Cataluña? Recopilación de una serie de reportajes, donde figura una definición del soberanismo catalán que se podría firmar en la actualidad: “rara sustancia que se utiliza en los laboratorios políticos de Madrid como reactivo del patriotismo -se entiende español-, y en los de Cataluña como aglutinante de las clases conservadoras”.

Finalmente, en la presentación, recordamos los años que pasó en la ciudad de Córdoba, donde formó parte de la redacción que fundó el periódico La Voz, en 1920, del cual fue redactor jefe.

El turno de opiniones se inició con la lectura de un correo electrónico que nos había enviado Enrique: Es una obra desgraciadamente más cercana y actual para nosotros que la anterior. Cercana y llena de realidad porque esos episodios, si no pasaron, pudieron perfectamente pasar. En una guerra civil personas como Nogales están de más, porque la verdad es la primera asesinada. Hizo bien en quitarse de en medio y en hacerlo cuando el Gobierno legítimo lo hizo: una bofetada sin manos”.

Miguel comentó que los relatos le parecían completamente reales, en especial, “La columna de hierro”, “Consejo obrero” y “Gesta de los caballistas”. Sobre éste último, mencionó el caso del rejoneador Antonio Cañero Baena, que da nombre a uno de los barrios de Córdoba y que participó, junto con otro rejoneador, el Algabeño, en actos de violencia similares a los que se cuentan en el relato, según testimonios recogidos por el historiador Francisco Moreno: «Al Algabeño y a Cañero los he visto yo tirotear con fusiles de montería a los presos de la cárcel de Antequera, donde yo estaba de guardia…».

José Ángel considera A sangre y fuego como un interesante mosaico de lo que fue la Guerra Civil, las distintas caras de una misma realidad. En los relatos -añadió- se funden el reportero y el literato, tal es la verosimilitud de los mismos. Por esta razón, su lectura en clase sería muy adecuada para estudiar este conflicto social y bélico que se desarrolló en nuestro país entre 1936 y 1939.

A Víctor le había llamado la atención la imagen tan diferente que se ofrece de los soldados marroquíes, cuyo papel en la guerra, según la historiografía republicana, siempre había estado asociado a los actos de barbarie que cometieron en las ciudades y pueblos conquistados. En este sentido, valoró lo que tienen estos relatos de investigación periodística.

Benito manifestó que le habían gustado muchísimo y reconocía en algunos de ellos una dimensión cinematográfica. En su opinión, tenía mucho valor que Chaves Nogales los hubiera escrito en la misma época que ocurrieron los hechos que se cuentan. Leyéndolos, además, había recordado lo que le contaba su abuela sobre la violencia ejercida por uno y otro bando, durante la Guerra Civil.

A Inés lo que más le había agradado es el prólogo donde el autor se define a sí mismo con extraordinaria precisión: “Yo era eso que los sociólogos llaman un pequeño burgués liberal, ciudadano de un república democrática y parlamentaria. Trabajador intelectual al servicio de la industria regida por una burguesía capitalista…, que en mi país había monopolizado tradicionalmente los medios de producción y de cambio.., ganaba mi pan y mi libertad con una relativa holgura confeccionando periódicos y escribiendo artículos…”

Carmen, que había leído el libro con muchísima atención, también expresó su admiración por el prólogo, que le parece magistral y con cuyas ideas, especialmente la defensa de la libertad intelectual, se identifica. Añadió que los relatos le habían recordado a la novela autobiográfica Tiro de gracia de Emilio Pérez Rosas, de la que hablamos hace unos años en el Club de Lectura y que cuenta su experiencia en la Guerra Civil y cómo logró superar el tiro de gracia que le disparó un soldado enemigo, cuando tenía 18 años. Curiosamente, este autor, fallecido en 2016, se situó, con respecto a la contienda fratricida, en una posición análoga a la de Chaves Nogales, criticando a los dos bandos.  

María, finalmente, dijo que lo había releído con gusto y sin ninguna pereza; pero reconoció que se trata de una lectura dolorosa para ella, entre otras razones, porque en su familia se ha vivido y padecido mucho la Guerra Civil.

En la valoración global, coincidimos en lo acertado del título, “A sangre y fuego”, que refleja bien lo que es una guerra, y del subtítulo, “Héroes, bestias y mártires”, con el que se refiere a todos los que participaron en ella, “sin vocación heroica, sin malos instintos y sin espíritu de sacrificio o santidad”.

Con respecto a si los relatos están más próximos al periodismo o a la literatura, comentamos que, aunque son fruto de una investigación periodística, sin duda, se trata de textos literarios, por la brillantez con la que están escritos y por su cuidada estructura.

Sobre si aparecen en estos relatos los estereotipos que los dos bandos en conflicto utilizaron para contar lo sucedido, respondimos que, por una lado, sí, pues los milicianos son ignorantes, antirreligiosos, cobardes y escasamente preparados para la guerra, tal y como los ha presentado la historiografía franquista, y los soldados del bando rebelde son violentos y sin valores morales, capaces de matar indiscriminadamente a las personas, tanto militares como civiles, como se han referido a ellos los historiadores republicanos; pero, por otro lado, no, porque hay personajes  complejos que se salen de estos modelos, como Arnal (“ El tesora de Briesca”), Valero (“¡Masacre, Masacre!”), Bigornia (“Bigornia”) o Daniel (“Consejo obrero”).

En cuanto al punto de vista que Chaves Nogales adopta sobre la Guerra Civil, él mismo escribe en el prólogo que cuenta con fidelidad lo que ha visto y ha vivido, es decir, trata de ser imparcial. Por eso, los personajes se le escapan de entre las manos diciendo y haciendo cosas que él no querría que dijesen o hiciesen. Sin embargo, en opinión de algunos de los asistentes a la sesión, no lo consigue del todo, porque se nota una falta de comprensión hacia los campesinos que huyeron de la terrible represión de las tropas fascistas, al referirse a ellos despectivamente, por ejemplo, en “Y a lo lejos una lucecita”: “Los vastos salones del palacio, cubiertos de ricos tapices, servían ahora de albergue a una oscura masa de familias aldeanas fugitivas de los pueblos invadidos por las tropas rebeldes. Sobre las gruesas alfombras de nudo habían colocado sus sucios petates, sus cacharros de cocina, sus enjalmas y aperos, y allí hacían su vida disparatada de tribu trashumante…”

Elogiamos el estilo cuidado de Chaves Nogales que brilla sobre todo en las descripciones: “Desde Madrid la guerra se veía como el flujo y reflujo de una gigantesca marea humana cuyas oleadas impresionantes iban a romperse en el acantilado del frente”.

El primer relato “¡Masacre! ¡Masacre”, lo consideramos como una presentación de credenciales por parte del autor, al describirnos la violencia ejercida por los dos bandos en conflicto: los bombardeos indiscriminados de los aviones franquistas que siembran el pánico en Madrid, y la venganza de los republicanos con la matanza, también indiscriminada, de los oficiales sediciosos. Nos llamó la atención, igualmente, la imagen que se da de los intelectuales antifascistas, pues a Malraux lo presenta como un luchador que vuelve del frente de batalla deshecho y que despierta compasión, mientras que a los intelectuales españoles los describe con desprecio: “Alberti con su aire de divo cantador cantador de tangos, Bergamín con su pelaje viejo y sucio de pajarraco sabio embalsamado y María Teresa León, Palas rolliza con un diminuto revólver en la ancha cintura”.

El título del relato, “Gesta de los caballistas”, lo interpretamos como una ironía por parte del autor, pues lo que hacen en realidad los caballistas es “cazar rojos”. Asimismo, comentamos las diferentes razones para participar en la guerra que mueven, por un lado, al marqués en defensa de sus privilegios, sus tierras y su cortijo, y, por otro, a los comunistas que son son capaces de morir por sus ideas revolucionarias.

Consideramos “Y a lo lejos, una lucecita” como el relato quizá de estructura y ritmo más cinematográficos, porque cada búsqueda, durante la noche, de los espías franquistas, que se comunican desde lejos, con la luz de una linterna, se corresponde con la secuencia de una película. Además, elogiamos la sutilidad con la que Chaves Nogales sugiere que el último de estos espías es un miembro de la iglesia: “En la coronilla, erizada de pelos cortos y tiesos, se le advertía aún la señal de la tonsura”.

De “La columna de hierro”, que nos pareció de los textos más realistas, llamó nuestra atención Buenaventura Durruti, personaje al que se presenta como un jefe inflexible, autoritario y violento: “El que flaqueaba, el que desobedecía, el que intentaba huir, pagaba con la vida… Este bárbaro caudillo fue eliminando del frente a los criminales y a los cobardes que habían acudido sólo al olor del botín”. También la camaleónica Pepita, que, en principio, aparece como una miliciana comprometida con la causa republicana pero, después, descubre su auténtica cara: “Yo no tengo odio a los fascistas… ¡Yo soy fascista! -le dice a Jorge- ¿Te enteras? Eso que tú llamas el pueblo es una banda de asesinos”.

Valoramos el cambio de actitud sobre el destino de las obras de arte, que experimenta Arnal, protagonista de “El tesoro de Briesca”, que llega al pueblo con la intención de salvarlas, en nombre del gobierno republicano, pero, al comprobar que en la guerra la vida humana había perdido todo su valor, se pregunta:”¿qué sentido podían tener ni el arte, ni los testimonios de un glorioso pasado, ni todos aquellos valores espirituales por cuya conservación se desvelaba? ¿Es que todo aquello que tan celosamente defendía había servido para ahorrar un solo crimen?”.

Manifestamos nuestra sorpresa por la imagen extraordinariamente positiva que se ofrece de los guerreros marroquíes, en el relato del mismo nombre, pues aparecen como bravos y orgullosos bereberes que se alistaron en el ejército español para luchar contra los rojos, y en concreto a Mohamed, el protagonista, se le considera un soldado valiente, experimentado y seguro de sí mismo, frente a los milicianos de la República que son descritos como cobardes y torpes tiradores.

Este contraste desencadenó entre los asistentes a la sesión un apasionado debate, que nos llevó a la conclusión de que los soldados marroquíes fueron utilizados, como arma psicológica, por los generales franquistas, que los animaban a cometer actos violentos contra la población civil de los pueblos conquistados, para sembrar el terror entre los partidarios de la República. Así, lo entendieron también los madrileños: “la exhibición de los moros prisioneros por las calles no provocaba en la masa del pueblo una gran irritación contra ellos. El buen pueblo de Madrid consideraba a los moros -que hubieran podido entrar a sangre y fuego por sus calles y plazas- como a instrumentos inconscientes del mal que hacían… La gran masa popular, que no sabe hacer la guerra ni conoce sus exigencias se mostraba indulgente con los moros y les hubieran perdonado la vida”.

En “¡Viva la muerte!”, la xenofobia la representa Paco Citroen, uno de los personajes más estrafalarios del libro, cuyo complejo de inferioridad nacional le hace reaccionar contra todo lo que no sea típicamente español: “¡Viva el cocido y muera el Foreign Office! ¿muera la gimnasia sueca y vivan los toros! ¡Abajo los cuartos de baño y las piscinas!”. Además, en este relato, existe una contraposición entre Rosario, una joven socialista que salva la vida del señorito Tirón, y éste que es incapaz de salvarla a ella, por cobardía.

Un personaje que causó la admiración de todos es Bigornia, descrito satíricamente, al principio, como una especie de semental que no para de hacer niños y con aspecto de ogro;  pero que, después, tiene un conducta ejemplar en el campo de batalla.

En el último relato, “Consejo obrero”, aparece un personaje, Daniel, que identificamos con el propio Chaves Nogales. De hecho, estas palabras, que pronuncia ante el comité de obreros que dirige la fábrica donde trabaja y de la que quieren echarle, por su falta de espíritu revolucionario, enlazan con lo dicho por el autor en el prólogo, con lo que el círculo se cierra: “Yo servía al patrón… La fábrica era suya; él mandaba y nosotros, los trabajadores, obedecíamos. Procuraba estar a buenas con él. Vosotros luchabais; yo no. Vosotros queríais mandar; yo me he resignado a obedecer. Vosotros queríais ser los dueños de la fábrica; yo no lo he soñado nunca. ¡Ya sois los amos! ¡Ya mandáis! No os pido más sino que me dejéis vivir y trabajar como me dejaba el patrón. No os discuto la victoria, no os reclamo una parte. Yo no era de los vuestros, no estaba en vuestro sindicato, pero tengo derecho a la vida y al trabajo. ¡No vais a ser peores que los burgueses!”.

 

Próxima lectura: Arte de Yasmina Reza. Hablaremos de esta obra de teatro el próximo 9 de mayo, miércoles, a las 18 horas, en la biblioteca.

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